MÁS ALLÁ DE TASAJERA

Duele la manera de trascender (morir), en especial, cuando este hecho sucede por circunstancias como la ocurrida en Tasajera, Pueblo Viejo, Magdalena. De igual manera, duele y calcina el alma, al ver la manera como muchas personas, a priori y sin conocer lo sucedido, se burlaron de esta tragedia. ¿Falta de cultura, pobreza, facilismo, corrupción, centralismo?. En fin, la lista es interminable. He leído algunas columnas de opinión, en donde se han dicho varias verdades, pero también he encontrado una que otra imprecisión. Sin embargo, no se trata de responder a dichas imprecisiones; por el contrario, la idea es ir más allá de lo sucedido en Tasajera y tratar de proponer una que otra salida, con el fin de evitar no solo este tipo de eventos, si no de avanzar como sociedad, unidos en la búsqueda de soluciones a tantas atrocidades ocurridas en este país, las cuales, al parecer, ya no asombran a nadie.

Colombia es una sola Tasajera; es decir, una nación carente de educación, sumida en el olvido, en la corrupción y en la pobreza; entre otros aspectos. Lo anterior, a su vez ha permitido durante décadas enteras, como en Sudáfrica, el dominio de pocos en detrimento de la gran mayoría. En Colombia se vive una especie de apartheid disfrazado de “democracia”. Es importante señalar, de manera muy breve, qué se entiende por apartheid: política de segregación racial practicada en la república de Sudáfrica. El término apartheid en lengua afrikaans significa separación y describe la rígida división racial entre la minoría blanca gobernante y la mayoría no blanca, la cual estuvo vigente hasta las primeras elecciones generales de 1994, en ese país.

Nuestra segregación y nuestra división datan de tiempos inmemoriales. A lo anterior, se suma el regionalismo recalcitrante, el cual no ha conducido a nada bueno. Frente a esto deberíamos sentirnos colombianos, sin importar el lugar, donde se nace. De igual manera, debemos sentirnos americanos y si se quiere también ciudadanos del mundo. Las fronteras, en realidad, solo sirven para limitar y enemistar a los seres humanos, quienes por naturaleza deberíamos sentirnos hermanos. 

Pero, ¿Por qué estamos divididos?. Sin duda, buena parte de la respuesta a este interrogante la tienen las castas políticas de este país. Éstas nos han gobernado llevadas por sus más altos y mezquinos intereses personales, donde sólo se benefician familiares, amigos y el círculo de personas más próximo a aquellos que detentan el poder en su momento.

Para poder sentirnos ciudadanos del mundo, primero debemos sentirnos americanos, pero para ser americanos, debemos considerarnos colombianos más allá de esos regionalismos internos, los cuales resultan ser obstinados y poco útiles a la hora de trabajar y de vivir en unión y en solidaridad; ya que, como bien lo han afirmado William Ospina y Germán Arciniegas; entre otros grandes colombianos, debemos ser parte de un territorio, llamado país; es decir, hemos de luchar por un proyecto real de nación incluyente y garante de los derechos humanos tanto en la práctica, como en la teoría.

La tragedia ocurrida en días pasados en Tasajera; es la tragedia más allá de Tasajera. Es decir, ésta representa la miseria y el abandono de muchos colombianos, quienes aguantan hambre, no tienen educación, y en tiempos de pandemia no saben cómo llevar el sustento a sus hogares; mientras esto sucede el “gobernante” de turno solo favorece a su círculo de amigos más cercano. Esto último se puede ejemplificar, para no hilar tan lejos, con el muy sonado caso del viaje a San Andrés; es decir, bien viene a cita el segundo cargo más importante del país: Fiscal general de la nación.

En Colombia, mientras ocurren un sin número de horrores, como el de nuestra niñez violada por ciertos miembros de la fuerza pública, y unos “señores” de “clase alta”; algunos se precian y se jactan de la llegada de la nación a la organización para la cooperación y el desarrollo económicos (OCDE). La desigualdad social, el abandono estatal y la falta de oportunidades en Tasajera (entiéndase Colombia) dan al traste con esta gran e infame mentira y vil burla.

Así se podría continuar esta descripción, la cual resulta, sin ir más allá, deprimente, desalentadora y frustrante. Podemos seguir culpándonos entre cachacos, costeños, paisas, pastusos, vallunos, santandereanos; entre otros. Sin embargo, sería mejor trabajar desde ya por erradicar, no de manera forzosa, estos malos hábitos y pésimas costumbres. Se debe velar desde el interior de cada hogar, y llenar de mucho amor a nuestra niñez. Según Daniel Goleman, la inteligencia emocional es clave para nuestra vida social: “El arte de las relaciones se basa, en buena medida, en la habilidad para relacionarnos adecuadamente con las emociones ajenas”. Quizás está pueda ser una pequeña clave, para alumbrar este sombrío camino.

La labor social de la verdadera democracia debe tener como objeto fundamental, en la práctica, la formación de personas integrales (buenos estudiantes, buenos hijos, buenos compañeros, buenos vecinos, personas útiles a la sociedad), para poder permitirle al individuo relacionarse de una manera pacífica y sana con su entorno. Es decir, en palabras de Ernesto Sábato por más oscuro que esté el panorama “lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y creando obras de belleza… Esto debería bastar para probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencernos de que, aunque, mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún modo la grandeza y la eternidad”. Para comprender ese misterioso sentido y dejar a un lado lo perverso y mortal del ser humano, también se debe comprender y asimilar lo expuesto por el político y filósofo alemán Rudolf Bahro, lo cual se resume en esencia al afirmar que de lo que se trata es de crear las condiciones objetivas para que el ser humano pueda preferir Saber y Ser en vez de poseer. Aquí se puede encontrar otra solución, para mitigar tanto flagelo, y por qué no con ello alcanzar la grandeza y la eternidad, a las cuales se refiere Ernesto Sábato.

 

 

 

Escrito por: Juan Francisco Casas Díaz

Mgtr. en Defensa de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario