SINVERGÜENZAS

Pero ustedes han vuelto todo al revés. Han cambiado el derecho en veneno, y el fruto de la justicia lo convirtieron en amargura.” Amós 6:12.

El diccionario virtual de la real academia de la lengua española define el término sinvergüenza de la siguiente manera:

  1. adj. Pícaro, bribón. U. t. c. s.
  2. adj. Dicho de una persona: Que comete actos ilegales en provecho propio, o que incurre en inmoralidades. U. t. c. s.
  3.  f. Perú. Desfachatez, falta de vergüenza[1].

En Colombia es tal el descaro, la desfachatez y la insolencia de los gobernantes; ya que, éstos, sin duda, han demostrado el desprecio por el pueblo. Lo anterior, en medio del asombro, la impotencia y la desazón causada por sus actos y la manera de administrar y de llevar el rumbo de la nación. A ellos (gobernantes) les viene, como anillo al dedo, el calificativo de “sinvergüenzas”. Es lo mínimo a sugerir de ellos; ya que, por supuesto tal cualidad no describe, en realidad, la dimensión de los actos y/o de las consecuencias de su desidia a la hora de dirigir el destino de la patria. Estos “sinvergüenzas” frente a: desastres, caos, masacres, robos; entre otros aspectos, lo único que han mostrado es indolencia, indiferencia, negligencia, falta de interés y de voluntad, para encontrar salidas a tan atroz situación vivida por el pueblo colombiano. Para demostrar lo anterior, a continuación algunos ejemplos: el primero de ellos está relacionado con el financiamiento de narcos a una campaña presidencial, la cual a la postre será más conocida por el famoso proceso ocho mil. El segundo ejemplo demuestra el robo en la construcción de un puente en una carretera, la cual se ha ganado el famoso nombre de “trampolín de la muerte”. Los ejemplos abundan por montones de norte a sur y de oriente a occidente. Promesas incumplidas como la reconstrucción de San Andrés en cien (100) días; mientras tanto al parecer no sucede nada con aquel caso conocido como “El diez por ciento”. Además, el famoso desfalco y el descarado robo de los setenta mil millones de pesos. Por supuesto, tal desidia e indiferencia también se refleja en falta de interés y de voluntad, en primer lugar, para frenar tantas masacres y muertes, y en segundo lugar para investigar y hacer justicia frente a tan grave situación.  

Es tan escabroso y aterrador el contexto colombiano, en términos generales, que no se trata de pertenecer a un partido político de derecha, de izquierda o de centro; ya que, quienes hacen parte de cualquiera de estas colectividades, al momento de dar ejemplo de unión, solidaridad, diálogo y concertación, hacen todo lo contrario. Es decir, al interior de cada partido político colombiano son evidentes las divisiones y las disputas por el poder. También, frente a esto último, se puede observar el ejemplo de: cordura, diálogo, concertación y amabilidad, el cual dan a la patria el primer mandatario de la nación y la burgomaestre, quien dirige y administra el destino de la capital de la República. 

Así como en la antigua Roma, Colombia no escapa a aquella vieja y conocida sentencia: Panem et circenses (pan y circo). En pleno debate sobre la reforma tributaria, para distraer, la presidente de la cámara de representantes, la uribista Jennifer Arias radicó en la cámara de representantes un proyecto de ley, el cual pretende declarar como patrimonio cultural e inmaterial el fútbol colombiano. Para beneficiar al pueblo, en general, y en especial a los jóvenes, deberían invertir más en educación pública de calidad; mejorar en prevención y en atención en cuanto al derecho a la salud; y por supuesto apoyar otros deportes. Colombia en deportes diferentes al futbol ha obtenido verdaderos éxitos. Otra manera de ayudar es generar más empleo, y por supuesto cumplir la ley; es decir, investigar y sancionar a quienes se lucran de los recursos públicos.

Es tanta la ignominia causada al pueblo colombiano, que al parecer, se ha perdido toda esperanza; ya que, muchas personas afirman: “esto no va a cambiar”. ¿Le han robado la esperanza al pueblo? Lo anterior, quizá se deba a lo difícil y duro de vivir en una sociedad como la colombiana, en donde si no se está en la mal llamada “rosca” las pocas y escasas oportunidades, para “salir adelante” disminuyen aún más. Sin embargo, a pesar de tanto desprecio y de tanta prepotencia mostrada hacia el pueblo, como bien lo dice Don José Enrique Rodó: “No tratéis, pues de justificar, por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud del espíritu”. Es decir, una de las consecuencias de dejar absorber y esclavizar el espíritu radica en elegir aquellos sinvergüenzas, quienes a su vez no dudan en volver todo al revés, ni mucho menos en cambiar el derecho en veneno, y por supuesto ellos han convertido el fruto de la justicia en amargura. En palabras de Álvaro Gómez Hurtado: “Hemos llegado a una situación escandalosamente paradójica en la que nuestro sistema de justicia parece estarse pasando al bando de los criminales”. Al respecto, en Colombia la situación es muy diciente.

Según algunos, en Colombia, “cada persona tiene sus “problemas” y sus recursos, para encontrar solución a los mismos”. Sin embargo, la anterior frase resulta egoísta; ya que, ¿Por qué no ayudar a quién se pueda y a quién se quiera dejar ayudar?. En la ayuda al prójimo quizás se puedan generar lazos de unión y de fraternidad, para encontrar parte de la solución a tan grave y delicada situación. Además, debido a la falta de solidaridad, de unión y de trabajo en equipo esa pequeña banda de atracadores sinvergüenzas y saqueadores del país se aprovechan porque, aquí, la gran mayoría mira para otro lado como si tan graves hechos no afectarán a la nación en pleno. Es decir, ¿Hasta qué punto se permite tanta sinvergüencería?; como sociedad, ¿Cuál es el grado de responsabilidad frente a tanta: inmoralidad, ilegalidad y desfachatez?

[1] Disponible en: https://dle.rae.es/sinvergüenza

 

 

 

Escrito por: Juan Francisco Casas Díaz

Mgtr. en Defensa de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario